lunes, 23 de abril de 2018

La fiera

La acusada no paraba de sudar. Se encontraba sentada frente a cinco jueces que determinarían su destino. Pero su destino ya estaba sellado. Ella lo reconoció, había traicionado, mentido, robado. Por qué negar lo que era tan evidente. Sólo le quedaba aceptar que la resolución de los jueces fuera poco dolorosa.

En este poblado lo peor no era mentir o robar, incluso era un delito menor asesinar a alguien si se demostraba que la víctima se lo merecía, así era, otros poblados condenaban tales actos como aberrantes, sin embargo, desde hace siglos nada cambiaba.

Entonces, ¿cuál era el peor delito que se podía cometer? La traición, así era, la traición era lo más ruin, lo más bajo y ella había cometido traición.

Traicionar la confianza de alguien era imperdonable. Depositar la confianza en otra persona era lo más noble. Te confío mi vida, te confío mi dinero, te confío mis bienes, te confío a mi familia. Si confías en alguien es porque estas seguro que aquello que depositas en sus manos estará completamente seguro.

Sin embargo, hay quienes traicionan esa confianza sin la menor culpa, y ella no sentía culpa. Lo que hizo, lo hizo por amor o mejor dicho, por querer dar amor.

Recibió al bebé en sus manos, le dieron la confianza de cuidarlo mientras los padres salían. Pero ella, al no poder tener hijos propios, decidió traicionarlos y llevárselo para darlo en tributo al demonio con el que había pactado hacerla fértil.

Se la entregó al demonio, el demonio devoró al bebé, los padres al enterarse de semejante atrocidad la persiguieron hasta encontrarla, dieron con ella y la llevaron hasta el tribunal.

Ahí estaba, sentada, esperando recibir sentencia, pasaron varias horas, ella tenía miedo pero no remordimiento.

Los jueces llegaron, el juez principal se dispuso a hablar.

-Hemos decidido, en base a nuestras leyes y tradiciones, que no eres culpable de asesinato, el bebé estaba destinado a morir, pero tú al cometer acto de traición deberás morir de la misma forma.

La pared que se encontraba al fondo, detrás del asiento de los jueces empezó a quebrarse, se abrió una gran grieta donde se expedía un intenso calor, un tono rojizo.

El demonio al que se había encomendado para ser fértil salió de la gran grieta dispuesta a devorarla tal como lo hizo con el bebé.

-No por favor, no por favor - ella gritaba - ¡Hicimos un pacto, te entregué al bebé!

-Efectivamente - dijo el demonio - Pero eso no te excusa de haber traicionado.

Ella murió de la misma forma, murió traicionada y devorada por la fiera, el demonio ancestral con que los jueces tenían pacto desde hace mucho tiempo para garantizar la prosperidad de su pueblo.

FIN