Por Luis Aldana.
Publicado originalmente el 4 de Julio del 2010 para bubok.es.
Mi intención era obtener un puesto importante en la policía ministerial. Tenía que hacer algo, algo de lo que nunca me creí capaz: hablar con un criminal cara a cara.
Los crímenes que había cometido el convicto al que visitaría fueron brutales. Era un hombre completamente trastornado.
Es cierto, tenía miedo, todo mundo dice que los humanos tememos a lo desconocido, y en esos momentos me daba cuenta de que era cierto, no sabía a qué me enfrentaba, pero no tenía otra alternativa.
Me acerque a su celda escoltado por un guardia, llevaba consigo una macana en la mano.
–¿Está seguro de que quiere hacerlo? – me preguntó el uniformado.
–Por supuesto – le respondí, aunque sin pensarlo.
–Esta bien Sr… ¿Cómo me dijo? ¿Saldaña?
–Aldana, Luis Aldana – ya estaba acostumbrado a que me cambiaran el apellido cada vez que conocía a alguien, y siempre era molesto, pero estaba vez no le di mayor importancia.
–Ok, usted sabe en lo que se mete.
Eso no era del todo cierto, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, era la primera vez que entrevistaría a un prisionero, y no era cualquier prisionero, cualquiera pensaría que era mejor empezar por un ladrón de billeteras o algo así, pero tuve que irme a lo grande, porque quería un puesto grande, hasta ahora comprendo que esto fue provocado por ambición, mi ambición, la ambición de la que padecemos muchos hombres y mujeres, cada vez queremos más y nunca nos damos por satisfechos.
–Tenga – el custodio me ofreció su macana.
–No creo que sea necesaria.
–Quién sabe, puede que si – y me soltó una risita burlona mientras abría la celda.
–Disculpe ¿cómo dijo?
–Yo sé lo que le digo. Ahora puede entrar.
Entré, era una habitación pequeña, no más de tres metros por dos. Sólo en una esquina había una tenue luz producida por la luna llena que se asomaba por una ventana ubicada en la parte superior de la pared del fondo.
Aparentemente no había nada ni nadie, me acerqué poco a poco hacia la luz, tenía firmemente la macana en la mano derecha. No pude encender la grabadora que llevaba en el bolsillo, me tendría que bastar con mi memoria.
–¿Viene a interrogarme?
Sentí un frío espeluznante al oír su voz, una voz que me pareció casi sobrenatural, tal vez era el ambiente, tal vez era por el miedo, tal vez comenzaba a alucinar, pero así la escuché.
–¿Sr. Iván Ruiz? – pregunté con un nudo en la garganta.
–Claro, ¿quién más podría ser?
Me sentí estúpido ante esa respuesta, era el nerviosismo, era el miedo.
–Podría acercarse a la luz, quisiera platicar con usted.
–Con mucho gusto, si me lo pide por favor.
–Por favor – se lo pedí titubeando.
–En ese caso, con mucho gusto.
Y entonces se acercó, me miró a los ojos, no pude contener su mirada, dirigí la vista hacia el suelo, sólo podía verlo escasamente, pero alcancé a notar que era de baja estatura, quizá 1.65, delgado y completamente rapado, tenía unos 22 años.
–Sr. Ruiz…
–¿Quién es usted? No cree que es muy descortés de su parte no presentarse.
–Claro, lo siento – le respondí – Soy el agente Luis Aldana, de la policía ministerial.
–Policía – dijo con desdén.
–Sólo quiero hacerle unas preguntas para conocer exactamente lo que pasó…
–Lo que pasó ya lo saben todos, Sr. Aldana, mi hermana ya habló – era la primera vez que alguien me llamaba por mi apellido correctamente apenas conociéndonos, pero una vez más no le tomé mayor importancia en ese momento.
–Su hermana lamentablemente falleció en el hospital.
–Ya lo sé– respondió.
–Sr. Ruiz – continué – por favor, dígame exactamente qué pasó aquel 19 de Junio.
–¿Fue 19 de Junio? Yo tenía 16 años en aquel entonces. He perdido la noción del tiempo encerrado aquí, sin merecerlo, quien si obtuvo su merecido fue mi padre – se sentó en el piso mientras yo me quedaba petrificado de pie, me parecía inverosímil que a alguien le diera gusto matar a su propio padre.
–¿Por qué dice eso?
–Siempre me maltrató, cuando mi madre nos abandonó, las vidas de mi hermana y la mía se volvieron un martirio, siempre nos culpaba a nosotros, él no sabía que se dedicaba a la prostitución, siempre le decía que era una mesera y que sólo había encontrado trabajo en el turno de noche, cuando se enteró, dudó que fuéramos sus hijos y ella se fue.
–¿Ese fue el motivo por el cual lo mató? – pregunté.
–¡Ja! En parte sí. Ya me había cansado de sus palizas, sí, esas palizas me hicieron recurrir a la marihuana, me hacía sentir libre y olvidar sus golpes.
>>El muy hipócrita me dijo que tenía que entrar a un programa de rehabilitación. Me negué, le dije que primero el debía dejarnos de tratar como si fuéramos animales.
–¿En ese momento estaba usted bajo el influjo de la droga?
–Sí, todas las noches lo estaba.
>>Él fue quien me provocó, me gritó que a mí y a mi hermana nos trataba de esa forma porque era lo que se merecían los hijos de prostitutas. “¡Eres un bastardo! ¡Son unos bastardos!”, me gritaba.
>>Me tapé los oídos, no lo aguantaba más, no podía seguir escuchándolo.
>>”¡Cállate! ¡Cállate!” le supliqué, pero no se callaba.
>>Tuve que hacerlo, fui por un cuchillo de la cocina, tuve que hacerlo.
>>Lo apuñalé por la espalda, tuve que hacerlo, cada vez que le hundía el cuchillo me acordaba de todas las veces que me golpeó.
–¿Y su hermana? ¿Por qué ella?
–Fue víctima de las circunstancias. No sabía que se encontraba en la casa, creo que estaba en su habitación escuchando los gritos.
>>Me quedé arrodillado frente al cadáver de mi padre, no escuché cuando ella se me acercó.
>>”Iván ¿qué has hecho?” me dijo, me asusté al escuchar su voz, y sin pensarlo, le hundí el cuchillo en el estómago. No sé por qué, pero tuve que hacerlo. Había sangre por todos lados, estaba muy asustado.
–¿Qué fue lo que sucedió en la carretera?
–Salí corriendo de la casa, estaba como loco. Fui hacia la carretera principal de la colonia donde vivíamos, casi me atropellan cuando intenté cruzar, pero el conductor se detuvo a tiempo y se bajó del auto para gritarme “¡Bastardo! ¡Bastardo!”.
>>Sus palabras me hicieron recordar a mi padre momentos antes.
>>Comencé a enfurecerme, tire al conductor de un puñetazo, comencé a golpear su cabeza en el asfalto, tuve que hacerlo, no podía soportar que alguien más me siguiera gritando como lo hacía mi padre, tuve que hacerlo, y esa vez no necesité de un cuchillo de cocina, bastó con mis manos para asesinarlo, tuve que hacerlo.
>>En ese momento perdí la conciencia, hasta que desperté aquí, en la oscuridad, en esta celda.
–¿Cómo se siente ahora? – me atreví a preguntarle cuando terminó su relato.
–¿Que cómo me siento? – comencé a notar su irritación – Maté a dos de mis familiares y a un tipo que ni siquiera me acuerdo de su rostro. No me arrepiento de haber matado a mi padre, pero si a mi hermana y a ese hombre y usted me pregunta que cómo me siento.
–No era mi intención ofenderlo.
Se levantó del piso, se abalanzó en mi contra, sujetó mi cabeza con tal fuerza que creí iba a perder la conciencia, intenté golpearlo con la macana, pero no pude lograrlo.
–¡Eres un bastardo! ¡Eres un bastardo! – comenzó a gritarme.
Sus gritos, eran sus gritos ensordecedores, esos gritos comenzaron a recordarme algo, a los gritos de mi propio padre cuando me golpeaba.
No lo soporté ni un segundo más, intenté de nuevo golpearlo con la macana, esta vez lo logré, una y otra vez, ¡tuve que hacerlo! ¡tuve que hacerlo!
Ahora soy yo quien esta en una habitación pequeña. Sólo en una esquina hay una tenue luz producida por la luna llena que se asoma por una ventana ubicada en la parte superior de la pared del fondo.
Ahora soy yo quien le cuenta mi historia a un policía. Tenía miedo de hablar con un criminal cara a cara, y ahora, el criminal soy yo.
Y sólo sé, que lo que hice, ¡tuve que hacerlo!
FIN