martes, 6 de marzo de 2018

La sonrisa del presidente

Por Luis Aldana.
Publicado el 7 de agosto del 2016.

—¡Ya basta! Te diré dónde está— La pobre mujer veía como su marido se desangraba, como iba perdiendo la vida lentamente, ya era muy tarde, la luz de sus ojos se escapaba – Lo escondimos en la bodega sur, ahí está todo, completo.

—Lo ves Martita, ¿tuvimos que llegar a este punto?— Don Manuel Beltrán, con su mirada fría, tan acostumbrado a estas situaciones, con su traje impecable, su característico bigote sinaloense y la típica corbata roja, color que representaba a su partido político del cual, por supuesto, se sentía dueño— Tu marido con las piernas cortadas, desangrándose. Nos pudimos evitar muchos problemas Martita. Pídele perdón.

—¡Perdóname! ¡Perdóname!—

—Desháganse de los cuerpos— ordenó Don Manuel.

—¿Cuerpos?— preguntó el principal de sus sicarios.

—Se sobreentiende que hay que deshacerse de los dos, ya sabes que nunca hay que dejar testigos. Lástima por Martita, tan guapa que es.

—Sí señor.

***

Era el hombre más poderoso de Sinaloa, tenía innumerables negocios con los principales narcotraficantes de México, y claro, su protección.

Llegó  a ser gobernador, pero una vez terminado su sexenio necesitaba protegerse, la DEA ya le había echado el ojo, los periódicos habían publicado reportajes desde su actuar como mandatario de Sinaloa, hasta las investigaciones que el gobierno norteamericano realizaba sobre él.

No estaba preocupado, en un país como México a los periodistas se les calla con dinero o a balazos, era su pensar.

Pero las cosas empezaron a tomar rumbos diferentes. Se sintió a salvo mucho tiempo al lograr ser senador de la República y diputado federal. Ahora, el títere que él mismo había ayudado a llegar a la presidencia, después de que su partido perdiera el poder durante doce años, le estaba fallando.

Pidió la dirigencia de su partido rumbo a las nuevas elecciones, ahí se disputarían ocho gubernaturas, incluyendo la de su estado natal. Tuvo la idea de que, si ganaba la mayoría de ellas, tendría más poder, más protección, más negocios jugosos.

Alguien lo traicionó, los opositores no eran tan fuertes a pesar de haber ganado buen terreno en lo electoral.

Era el presidente, sí, el mismo presidente, no le cabía duda. Aquel político joven, apadrinado por el expresidente más poderoso, ya no soportaba que alguien tuviera más poder, se deshizo de la líder magisterial y del narco más buscado en todo el mundo.

Ahora era su turno, con el pretexto de las fallidas elecciones, donde su partido, el rojo, sólo pudo ganar dos de las gubernaturas con campañas y resultados cuestionables, sería sacado de la jugada política.

Tendría que fugarse, y para ello necesitaba cobrar viejas deudas. Sacó todo lo que pudo del partido, pero no era suficiente para la vida de lujo que le gustaba.

Fue con sus sicarios, a los que él denominada escoltas, de ciudad en ciudad, en tiempo record, a buscar a sus deudores, tenía prisa. Se le consideraba un hombre despiadado, hoy, los que no lo  conocían tan bien, se daban cuenta del porqué.

Con toda urgencia cobró favores, exigió pagos pendientes, sus deudores creían que si pagaban les perdonaría la vida, no fue así.

Ordenó torturar, cortar dedos, orejas, piernas y hasta cabezas. Sus sicarios no sabían qué hacer con tantos cadáveres, tarde o temprano los descubrirían, a Don Manuel Beltrán no le interesaba, para ese entonces ya estaría fuera del país.

***

Presentó su renuncia al partido. Ya se dirigía al aeropuerto, en un auto discreto para no levantar sospechas, una camioneta con tres sujetos a bordo abrió fuego contra su vehículo, Don Manuel murió por un disparo en la cabeza.

La televisora principal del país, allegada al gobierno federal, informaba que el exsenador habría sido asesinado por sus intenciones de presentar una estrategia de combate al narcotráfico cuando regresara de sus vacaciones.

***

El presidente salía del auditorio donde había presentado sus opiniones antipopulistas en un foro organizado por la ONU en Canadá.

—Señor presidente, Don Manuel Beltrán fue asesinado— le informaba su secretario particular.

La sonrisa del presidente lo decía todo.

FIN

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