martes, 6 de marzo de 2018

BANCAZO: Historia sobre la tragedia de una familia mexicana.

Por Luis Aldana.
Publicado originalmente el 9 de enero del 2009.

—¿Por qué siempre que llego no puedes recibirme con otra cosa sino es con alguna queja?

Decía Arturo, albañil de profesión, de 34 años de edad, casado con una mujer de apenas 22, padre ya de tres niños, dos varones y una damita. Era marzo de 1995 y México atravesaba por una enorme crisis financiera, la pobreza se reflejaba en la vida que llevaba él y su familia.

—Yo no tengo la culpa de que vivamos como ratas —le contestó su mujer, Claudia—, los niños ya no pueden seguir asistiendo a la escuela, no han comido bien...

— ¡Cállate ya! –Gritaba furioso Arturo—, siempre es la misma cantaleta, sabes que no puedo conseguir otro empleo más que de albañil y menos ahora, en esto pagan una basura y ya no sé que hacer. 

Su último tono fue casi llorando, la desesperación invadía su hogar, eso era solo una parte de lo que sentía en su interior, lo demás se lo callaba por alguna razón subrepticia. Al día siguiente platicaba en su trabajo con Enrique, su mejor amigo.

—Ya no hallo como seguir viviendo, si no consigo más dinero para salir de ésta miseria voy a terminar volviéndome loco.

—Mira —le dijo su compañero—, tengo un cuate que es a todo dar, me tiene preparado un trabajito de donde podemos sacar buena lana.

— ¿Y de qué se trata? –preguntó Arturo.

—No te puedo decir más –refirió Enrique—, sigue buscando gente, si quieres te llevo con él y a ver si aceptas o no.

—Órale, vamos cuando salgamos de aquí –le dijo Arturo a su acompañante.

Dieron las seis de la tarde, momento de salir hacia sus casas, aunque Arturo y Enrique se dirigieron a la casa del “cuate” antes mencionado, él se llamaba Jorge pero le decían “el George”.

—Oiga George –dijo Enrique—, él es un amigo del trabajo, le comenté que usted está buscando gente para trabajar.

En ese momento George preguntó:

— ¿Cómo te llamas?

—Arturo Sandoval, señor –respondió.

—Espero que no sea uno de esos miedosos o llorones –infirió George—, este trabajo es de suma importancia, muy serio y debe también ser secreto.

—Si señor, lo entiendo –decía Arturo al momento en que el jefe se levantaba de su sofá, en su alrededor había otros dos tipos, altos y con cara de pocos amigos, sus guardaespaldas.

—Pues bien –dijo George—, después de decirte mis planes deberás callártelos saliendo de aquí, a quien me desobedece le cerramos la boca para siempre, ¿entendido?

—Si señor –a Arturo le empezó a temblar todo el cuerpo, tenía ganas de salir corriendo de ese lugar que con las últimas palabras de aquel hombre se había vuelto espantoso.

—Muy bien muchacho –inquiría George irónicamente—. Nosotros nos dedicamos a asaltar bancos, pero no son robos comunes, cada vez nos llevamos fuertes sumas y nunca hemos fallado, a ti te queremos para ayudarnos a sacar el dinero, irán dos camionetas, otros sujetos te pasarán las bolsas de dinero y tu a la vez a otros más para después meterlas en la camioneta, seremos diez personas las que participemos en total, todos iremos encapuchados y armados hasta los dientes, vaciaremos toda la bóveda, y tú amiguito, te podrás ganar 50 mil pesos fáciles y rápidos, todo en menos de diez minutos.

—Pero, ¿y la policía? –preguntó Arturo.

—Ya te dije que iremos armados hasta los dientes –contestó el jefe— además, asustaremos tanto a los empleados que no tendrán tiempo de avisarle a nadie, y conociendo cómo es la policía aquí, estarán más asustados que la propia gente del banco.

Todos, menos Arturo, comenzaron a reír.

 — ¿Aceptas o no? – preguntó el George.

—Lo que pasa es que... tengo que pensarlo –Arturo lo decía con voz titubeante.

—Expresé claramente que no queremos miedosos o llorones, así que me tienes que dar un si o un no ahora mismo –dijo el cabecilla.

—Esta... bien –Arturo confirmaba su participación con el cuerpo y la voz titiritando y George le aseguraba:

—Te garantizo tu dinero contante y sonante, no vas ni vamos a fallar, te espero aquí el viernes para afinar detalles y ejecutar el plan.

Todo el camino a su casa, Arturo, iba pensando en todo el dinero que ganaría y gastaría en lo más urgente, también cavilaba sobre la ardua situación que vivía junto con su familia y la pronta solución a ello, pero al mismo tiempo a su cabeza llegaban las posibles repercusiones que esto provocaría, empero, la necesidad en esos momentos era más grande que cualquier otra cosa. Cuando llegó a su casa:

— ¿Qué crees amor? –dijo Arturo a Claudia emocionado.

— ¿Qué pasó? –dijo la esposa.

— Me acaban de ofrecer un trabajo buenísimo –la actitud de Arturo al decir esto se veía alegre— y me van a pagar mucho.

— ¿En serio?, no será nada malo ¿verdad? –le preguntó Claudia a lo que Arturo replicó:

—Claro que no, ¿cómo crees?, ¿no confías en mi o qué?

—Si, Arturo, ahora nuestros hijos y nosotros viviremos mejor, ¿verdad?

—Por supuesto, te lo prometo.

Ambos se abrazaron, parecía que todas aquellas discusiones por falta de dinero se habían desechado, Arturo no pudo evitar dejar caer una lágrima.

Tal y como lo había dicho antes, se reunieron el viernes, Enrique y Arturo no asistieron a su trabajo habitual. Se congregaron a las doce del día, estuvieron dándole los últimos detalles a su fechoría, la actuación no iba a ser furtiva, estuvieron dos horas planeando lo restante. Por fin terminaron y George les dijo:

—Bien señores, es momento de empezar el sainete, suban a las camionetas ahora.
Todos realizaron lo ordenado, en la cara de Arturo se observaba preocupación.

Llegaron y se estacionaron frente al banco, todo parecía en perfecta disposición, era una tarde tranquila, George ordenó:

—Pónganse sus capuchas, tomen sus armas y adelante.

Casi todo estaba despejado, solo cinco individuos salieron corriendo de los vehículos, irrumpieron en el banco y uno de ellos pregonó:

— ¡Esto es un asalto! –mataron a los únicos dos guardias— ¡vuélquense al suelo y no hagan nada si es que quieren seguir vivos!

Disparó al techo, todos gritaron he hicieron lo que el asaltante decretó. Una de las camionetas subió la banqueta en reversa para estrellarse en la puerta delantera.

Saquearon la bodega, Arturo y Enrique subieron las bolsas de dinero, ya habían pasado casi los diez minutos, estaban a punto de irse cuando llegaron muchos policías, alguien había dado la alarma, siete patrullas, George dio la orden:

— ¡Vámonos!, ¡qué esperan!, ¡Apresúrense estúpidos!

Los disparos entre policías y asaltantes comenzaron, un policía fue herido en el hombro. Solo dos de los delincuentes se fueron en la camioneta que transportaba el dinero, George y uno de sus guardaespaldas. Los disparos se agudizaron entre ambos grupos, la otra camioneta arrancó, Enrique le gritaba a Arturo:

— ¡Vámonos, vámonos, súbete a la camioneta, rápido!

Arturo era el último, estaba apunto de subirse al automóvil cuando...

— ¡Ahaaaaaa!

El disparo de un policía se impuso ante la necesidad de una familia.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario