viernes, 9 de marzo de 2018

Nada hacemos

Su mamá se había molestado demasiado con ella.

La mamá era muy exigente con ella.

Ella hizo algo malo, no sé qué, tal vez nunca lo llegaré a saber porque no me importa, no me importa lo que le suceda a otras personas simplemente porque a ellos no les importa lo que a mi me pase.

Pero debió haber sido algo muy malo para que su mamá la golpeara tan fuerte, golpe tras golpe en la cabeza, inclusive podría decirse que lo disfrutaba, no lo sé, y tal vez nunca lo sepa, porque quién soy yo para juzgar los actos de los demás si a mi no me interesa que los demás me juzguen a mi, si lo disfrutó qué más da.

Ella sufrió, o tal vez no, o tal vez nunca lo sepa, porque nunca conocemos los detalles de una situación ajena a nosotros, a mi no me importa la vida de los demás, porque a ellos no les debe importar la mía.

Pero tal vez no sufrió, tal vez porque ella quería acabar con su vida o que alguien le ayudara a deshacerse de su mamá y la mejor forma de hacerlo era provocar de una u otra manera su propia muerte.

Se dejó asesinar, porque era la mejor forma de vengarse de su propia madre.

Su madre la golpeó repetidamente en la cabeza, hasta matarla, su madre ahora está en la cárcel, ella consumó su acto de venganza, ella dejó de sufrir.

¿Su madre sufriría en la cárcel? No lo sé, porque la vida de los demás no debe importarnos, y a los demás no les debe importar nuestra vida, nada hacemos por ayudar a los demás aunque sea visible su sufrimiento y a veces esperamos ayuda de los demás porque en nuestra ingenuidad creemos que alguien más se apiadará de nosotros cuando necesitemos ayuda.

FIN

martes, 6 de marzo de 2018

La sonrisa del presidente

Por Luis Aldana.
Publicado el 7 de agosto del 2016.

—¡Ya basta! Te diré dónde está— La pobre mujer veía como su marido se desangraba, como iba perdiendo la vida lentamente, ya era muy tarde, la luz de sus ojos se escapaba – Lo escondimos en la bodega sur, ahí está todo, completo.

—Lo ves Martita, ¿tuvimos que llegar a este punto?— Don Manuel Beltrán, con su mirada fría, tan acostumbrado a estas situaciones, con su traje impecable, su característico bigote sinaloense y la típica corbata roja, color que representaba a su partido político del cual, por supuesto, se sentía dueño— Tu marido con las piernas cortadas, desangrándose. Nos pudimos evitar muchos problemas Martita. Pídele perdón.

—¡Perdóname! ¡Perdóname!—

—Desháganse de los cuerpos— ordenó Don Manuel.

—¿Cuerpos?— preguntó el principal de sus sicarios.

—Se sobreentiende que hay que deshacerse de los dos, ya sabes que nunca hay que dejar testigos. Lástima por Martita, tan guapa que es.

—Sí señor.

***

Era el hombre más poderoso de Sinaloa, tenía innumerables negocios con los principales narcotraficantes de México, y claro, su protección.

Llegó  a ser gobernador, pero una vez terminado su sexenio necesitaba protegerse, la DEA ya le había echado el ojo, los periódicos habían publicado reportajes desde su actuar como mandatario de Sinaloa, hasta las investigaciones que el gobierno norteamericano realizaba sobre él.

No estaba preocupado, en un país como México a los periodistas se les calla con dinero o a balazos, era su pensar.

Pero las cosas empezaron a tomar rumbos diferentes. Se sintió a salvo mucho tiempo al lograr ser senador de la República y diputado federal. Ahora, el títere que él mismo había ayudado a llegar a la presidencia, después de que su partido perdiera el poder durante doce años, le estaba fallando.

Pidió la dirigencia de su partido rumbo a las nuevas elecciones, ahí se disputarían ocho gubernaturas, incluyendo la de su estado natal. Tuvo la idea de que, si ganaba la mayoría de ellas, tendría más poder, más protección, más negocios jugosos.

Alguien lo traicionó, los opositores no eran tan fuertes a pesar de haber ganado buen terreno en lo electoral.

Era el presidente, sí, el mismo presidente, no le cabía duda. Aquel político joven, apadrinado por el expresidente más poderoso, ya no soportaba que alguien tuviera más poder, se deshizo de la líder magisterial y del narco más buscado en todo el mundo.

Ahora era su turno, con el pretexto de las fallidas elecciones, donde su partido, el rojo, sólo pudo ganar dos de las gubernaturas con campañas y resultados cuestionables, sería sacado de la jugada política.

Tendría que fugarse, y para ello necesitaba cobrar viejas deudas. Sacó todo lo que pudo del partido, pero no era suficiente para la vida de lujo que le gustaba.

Fue con sus sicarios, a los que él denominada escoltas, de ciudad en ciudad, en tiempo record, a buscar a sus deudores, tenía prisa. Se le consideraba un hombre despiadado, hoy, los que no lo  conocían tan bien, se daban cuenta del porqué.

Con toda urgencia cobró favores, exigió pagos pendientes, sus deudores creían que si pagaban les perdonaría la vida, no fue así.

Ordenó torturar, cortar dedos, orejas, piernas y hasta cabezas. Sus sicarios no sabían qué hacer con tantos cadáveres, tarde o temprano los descubrirían, a Don Manuel Beltrán no le interesaba, para ese entonces ya estaría fuera del país.

***

Presentó su renuncia al partido. Ya se dirigía al aeropuerto, en un auto discreto para no levantar sospechas, una camioneta con tres sujetos a bordo abrió fuego contra su vehículo, Don Manuel murió por un disparo en la cabeza.

La televisora principal del país, allegada al gobierno federal, informaba que el exsenador habría sido asesinado por sus intenciones de presentar una estrategia de combate al narcotráfico cuando regresara de sus vacaciones.

***

El presidente salía del auditorio donde había presentado sus opiniones antipopulistas en un foro organizado por la ONU en Canadá.

—Señor presidente, Don Manuel Beltrán fue asesinado— le informaba su secretario particular.

La sonrisa del presidente lo decía todo.

FIN

La niña

Por Luis Aldana.
6 de marzo del 2018.

La niña corría lo más fuerte que sus pequeñas piernas podían.

¿De qué huía?

Tal vez ni ella estaba consciente, sólo quería encontrar un refugio, un lugar donde no existiera el miedo.

Cuando corría veía todo nubloso a su alrededor, una mezcla de fuego, viento, arena, no tenía una imagen clara de lo que veía, sólo quería escapar.

Pero como todo ser humano, entre más corre, en un momento dado encuentra algo con qué tropezar y caer. Así le pasó a la niña, cayó boca abajo ¿qué la hizo tropezar? No lo sabía, lo que sí sabía era que había encontrado paz al dejar de correr.

Ya en el suelo logró aclarar su vista, lo que veía a su alrededor era luz, nubes de colores, un hermoso arcoíris, pero sobre todo paz, aquello que la atormentaba ya no existía, aquello que no podía explicar porque tal vez era muy pequeña.

Sólo escuchaba una voz, una voz que le decía que todo estaría bien, una voz de mujer que la consolaba, que le aseguraba que siempre estarían juntas, esa mujer le pedía perdón por ponerlas en esa situación, una situación de miedo, sin futuro para ninguna de ellas.

La mujer le decía que no tuviera miedo, que no se moviera, que a partir de ese momento ella la protegería como no se atrevió a hacerlo anteriormente.

Pero ¿de qué la tenía que proteger? Ella sólo sentía paz al escucharla, se sentía segura y por fin la veía, se acercaba a ella cada vez más y le tendía una mano, la veía, con el rostro lleno de lágrimas, lágrimas de arrepentimiento.

La mujer se acercó a ella, la tomó de la mano y le dijo:

-Mi niña, perdóname, perdóname porque obedecí a tu padre y no te dejé nacer, no te protegí, no te defendí, pero ahora estaremos juntas y no habrá nadie que pueda separarnos.

FIN

BANCAZO: Historia sobre la tragedia de una familia mexicana.

Por Luis Aldana.
Publicado originalmente el 9 de enero del 2009.

—¿Por qué siempre que llego no puedes recibirme con otra cosa sino es con alguna queja?

Decía Arturo, albañil de profesión, de 34 años de edad, casado con una mujer de apenas 22, padre ya de tres niños, dos varones y una damita. Era marzo de 1995 y México atravesaba por una enorme crisis financiera, la pobreza se reflejaba en la vida que llevaba él y su familia.

—Yo no tengo la culpa de que vivamos como ratas —le contestó su mujer, Claudia—, los niños ya no pueden seguir asistiendo a la escuela, no han comido bien...

— ¡Cállate ya! –Gritaba furioso Arturo—, siempre es la misma cantaleta, sabes que no puedo conseguir otro empleo más que de albañil y menos ahora, en esto pagan una basura y ya no sé que hacer. 

Su último tono fue casi llorando, la desesperación invadía su hogar, eso era solo una parte de lo que sentía en su interior, lo demás se lo callaba por alguna razón subrepticia. Al día siguiente platicaba en su trabajo con Enrique, su mejor amigo.

—Ya no hallo como seguir viviendo, si no consigo más dinero para salir de ésta miseria voy a terminar volviéndome loco.

—Mira —le dijo su compañero—, tengo un cuate que es a todo dar, me tiene preparado un trabajito de donde podemos sacar buena lana.

— ¿Y de qué se trata? –preguntó Arturo.

—No te puedo decir más –refirió Enrique—, sigue buscando gente, si quieres te llevo con él y a ver si aceptas o no.

—Órale, vamos cuando salgamos de aquí –le dijo Arturo a su acompañante.

Dieron las seis de la tarde, momento de salir hacia sus casas, aunque Arturo y Enrique se dirigieron a la casa del “cuate” antes mencionado, él se llamaba Jorge pero le decían “el George”.

—Oiga George –dijo Enrique—, él es un amigo del trabajo, le comenté que usted está buscando gente para trabajar.

En ese momento George preguntó:

— ¿Cómo te llamas?

—Arturo Sandoval, señor –respondió.

—Espero que no sea uno de esos miedosos o llorones –infirió George—, este trabajo es de suma importancia, muy serio y debe también ser secreto.

—Si señor, lo entiendo –decía Arturo al momento en que el jefe se levantaba de su sofá, en su alrededor había otros dos tipos, altos y con cara de pocos amigos, sus guardaespaldas.

—Pues bien –dijo George—, después de decirte mis planes deberás callártelos saliendo de aquí, a quien me desobedece le cerramos la boca para siempre, ¿entendido?

—Si señor –a Arturo le empezó a temblar todo el cuerpo, tenía ganas de salir corriendo de ese lugar que con las últimas palabras de aquel hombre se había vuelto espantoso.

—Muy bien muchacho –inquiría George irónicamente—. Nosotros nos dedicamos a asaltar bancos, pero no son robos comunes, cada vez nos llevamos fuertes sumas y nunca hemos fallado, a ti te queremos para ayudarnos a sacar el dinero, irán dos camionetas, otros sujetos te pasarán las bolsas de dinero y tu a la vez a otros más para después meterlas en la camioneta, seremos diez personas las que participemos en total, todos iremos encapuchados y armados hasta los dientes, vaciaremos toda la bóveda, y tú amiguito, te podrás ganar 50 mil pesos fáciles y rápidos, todo en menos de diez minutos.

—Pero, ¿y la policía? –preguntó Arturo.

—Ya te dije que iremos armados hasta los dientes –contestó el jefe— además, asustaremos tanto a los empleados que no tendrán tiempo de avisarle a nadie, y conociendo cómo es la policía aquí, estarán más asustados que la propia gente del banco.

Todos, menos Arturo, comenzaron a reír.

 — ¿Aceptas o no? – preguntó el George.

—Lo que pasa es que... tengo que pensarlo –Arturo lo decía con voz titubeante.

—Expresé claramente que no queremos miedosos o llorones, así que me tienes que dar un si o un no ahora mismo –dijo el cabecilla.

—Esta... bien –Arturo confirmaba su participación con el cuerpo y la voz titiritando y George le aseguraba:

—Te garantizo tu dinero contante y sonante, no vas ni vamos a fallar, te espero aquí el viernes para afinar detalles y ejecutar el plan.

Todo el camino a su casa, Arturo, iba pensando en todo el dinero que ganaría y gastaría en lo más urgente, también cavilaba sobre la ardua situación que vivía junto con su familia y la pronta solución a ello, pero al mismo tiempo a su cabeza llegaban las posibles repercusiones que esto provocaría, empero, la necesidad en esos momentos era más grande que cualquier otra cosa. Cuando llegó a su casa:

— ¿Qué crees amor? –dijo Arturo a Claudia emocionado.

— ¿Qué pasó? –dijo la esposa.

— Me acaban de ofrecer un trabajo buenísimo –la actitud de Arturo al decir esto se veía alegre— y me van a pagar mucho.

— ¿En serio?, no será nada malo ¿verdad? –le preguntó Claudia a lo que Arturo replicó:

—Claro que no, ¿cómo crees?, ¿no confías en mi o qué?

—Si, Arturo, ahora nuestros hijos y nosotros viviremos mejor, ¿verdad?

—Por supuesto, te lo prometo.

Ambos se abrazaron, parecía que todas aquellas discusiones por falta de dinero se habían desechado, Arturo no pudo evitar dejar caer una lágrima.

Tal y como lo había dicho antes, se reunieron el viernes, Enrique y Arturo no asistieron a su trabajo habitual. Se congregaron a las doce del día, estuvieron dándole los últimos detalles a su fechoría, la actuación no iba a ser furtiva, estuvieron dos horas planeando lo restante. Por fin terminaron y George les dijo:

—Bien señores, es momento de empezar el sainete, suban a las camionetas ahora.
Todos realizaron lo ordenado, en la cara de Arturo se observaba preocupación.

Llegaron y se estacionaron frente al banco, todo parecía en perfecta disposición, era una tarde tranquila, George ordenó:

—Pónganse sus capuchas, tomen sus armas y adelante.

Casi todo estaba despejado, solo cinco individuos salieron corriendo de los vehículos, irrumpieron en el banco y uno de ellos pregonó:

— ¡Esto es un asalto! –mataron a los únicos dos guardias— ¡vuélquense al suelo y no hagan nada si es que quieren seguir vivos!

Disparó al techo, todos gritaron he hicieron lo que el asaltante decretó. Una de las camionetas subió la banqueta en reversa para estrellarse en la puerta delantera.

Saquearon la bodega, Arturo y Enrique subieron las bolsas de dinero, ya habían pasado casi los diez minutos, estaban a punto de irse cuando llegaron muchos policías, alguien había dado la alarma, siete patrullas, George dio la orden:

— ¡Vámonos!, ¡qué esperan!, ¡Apresúrense estúpidos!

Los disparos entre policías y asaltantes comenzaron, un policía fue herido en el hombro. Solo dos de los delincuentes se fueron en la camioneta que transportaba el dinero, George y uno de sus guardaespaldas. Los disparos se agudizaron entre ambos grupos, la otra camioneta arrancó, Enrique le gritaba a Arturo:

— ¡Vámonos, vámonos, súbete a la camioneta, rápido!

Arturo era el último, estaba apunto de subirse al automóvil cuando...

— ¡Ahaaaaaa!

El disparo de un policía se impuso ante la necesidad de una familia.

FIN

Tuve que hacerlo (Cara a cara con un asesino)

Por Luis Aldana.
Publicado originalmente el 4 de Julio del 2010 para bubok.es.

Mi intención era obtener un puesto importante en la policía ministerial. Tenía que hacer algo, algo de lo que nunca me creí capaz: hablar con un criminal cara a cara.

Los crímenes que había cometido el convicto al que visitaría fueron brutales. Era un hombre completamente trastornado.

Es cierto, tenía miedo, todo mundo dice que los humanos tememos a lo desconocido, y en esos momentos me daba cuenta de que era cierto, no sabía a qué me enfrentaba, pero no tenía otra alternativa.

Me acerque a su celda escoltado por un guardia, llevaba consigo una macana en la mano.

–¿Está seguro de que quiere hacerlo? – me preguntó el uniformado.

–Por supuesto – le respondí, aunque sin pensarlo.

–Esta bien Sr… ¿Cómo me dijo? ¿Saldaña?

–Aldana, Luis Aldana – ya estaba acostumbrado a que me cambiaran el apellido cada vez que conocía a alguien, y siempre era molesto, pero estaba vez no le di mayor importancia.

–Ok, usted sabe en lo que se mete.

Eso no era del todo cierto, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, era la primera vez que entrevistaría a un prisionero, y no era cualquier prisionero, cualquiera pensaría que era mejor empezar por un ladrón de billeteras o algo así, pero tuve que irme a lo grande, porque quería un puesto grande, hasta ahora comprendo que esto fue provocado por ambición, mi ambición, la ambición de la que padecemos muchos hombres y mujeres, cada vez queremos más y nunca nos damos por satisfechos.

–Tenga – el custodio me ofreció su macana.

–No creo que sea necesaria.

–Quién sabe, puede que si – y me soltó una risita burlona mientras abría la celda.

–Disculpe ¿cómo dijo?

–Yo sé lo que le digo. Ahora puede entrar.

Entré, era una habitación pequeña, no más de tres metros por dos. Sólo en una esquina había una tenue luz producida por la luna llena que se asomaba por una ventana ubicada en la parte superior de la pared del fondo.

Aparentemente no había nada ni nadie, me acerqué poco a poco hacia la luz, tenía firmemente la macana en la mano derecha. No pude encender la grabadora que llevaba en el bolsillo, me tendría que bastar con mi memoria.

–¿Viene a interrogarme?

Sentí un frío espeluznante al oír su voz, una voz que me pareció casi sobrenatural, tal vez era el ambiente, tal vez era por el miedo, tal vez comenzaba a alucinar, pero así la escuché.

–¿Sr. Iván Ruiz? – pregunté con un nudo en la garganta.

–Claro, ¿quién más podría ser?

Me sentí estúpido ante esa respuesta, era el nerviosismo, era el miedo.

–Podría acercarse a la luz, quisiera platicar con usted.

–Con mucho gusto, si me lo pide por favor.

–Por favor – se lo pedí titubeando.

–En ese caso, con mucho gusto.

Y entonces se acercó, me miró a los ojos, no pude contener su mirada, dirigí la vista hacia el suelo, sólo podía verlo escasamente, pero alcancé a notar que era de baja estatura, quizá 1.65, delgado y completamente rapado, tenía unos 22 años.

–Sr. Ruiz…

–¿Quién es usted? No cree que es muy descortés de su parte no presentarse.

–Claro, lo siento – le respondí – Soy el agente Luis Aldana, de la policía ministerial.

–Policía – dijo con desdén.

–Sólo quiero hacerle unas preguntas para conocer exactamente lo que pasó…

–Lo que pasó ya lo saben todos, Sr. Aldana, mi hermana ya habló – era la primera vez que alguien me llamaba por mi apellido correctamente apenas conociéndonos, pero una vez más no le tomé mayor importancia en ese momento.

–Su hermana lamentablemente falleció en el hospital.

–Ya lo sé– respondió.

–Sr. Ruiz – continué – por favor, dígame exactamente qué pasó aquel 19 de Junio.

–¿Fue 19 de Junio? Yo tenía 16 años en aquel entonces. He perdido la noción del tiempo encerrado aquí, sin merecerlo, quien si obtuvo su merecido fue mi padre – se sentó en el piso mientras yo me quedaba petrificado de pie, me parecía inverosímil que a alguien le diera gusto matar a su propio padre.

–¿Por qué dice eso?

–Siempre me maltrató, cuando mi madre nos abandonó, las vidas de mi hermana y la mía se volvieron un martirio, siempre nos culpaba a nosotros, él no sabía que se dedicaba a la prostitución, siempre le decía que era una mesera y que sólo había encontrado trabajo en el turno de noche, cuando se enteró, dudó que fuéramos sus hijos y ella se fue.

–¿Ese fue el motivo por el cual lo mató? – pregunté.

–¡Ja! En parte sí. Ya me había cansado de sus palizas, sí, esas palizas me hicieron recurrir a la marihuana, me hacía sentir libre y olvidar sus golpes.

>>El muy hipócrita me dijo que tenía que entrar a un programa de rehabilitación. Me negué, le dije que primero el debía dejarnos de tratar como si fuéramos animales.

–¿En ese momento estaba usted bajo el influjo de la droga?

–Sí, todas las noches lo estaba.

>>Él fue quien me provocó, me gritó que a mí y a mi hermana nos trataba de esa forma porque era lo que se merecían los hijos de prostitutas. “¡Eres un bastardo! ¡Son unos bastardos!”, me gritaba.

>>Me tapé los oídos, no lo aguantaba más, no podía seguir escuchándolo.

>>”¡Cállate! ¡Cállate!” le supliqué, pero no se callaba.

>>Tuve que hacerlo, fui por un cuchillo de la cocina, tuve que hacerlo.

>>Lo apuñalé por la espalda, tuve que hacerlo, cada vez que le hundía el cuchillo me acordaba de todas las veces que me golpeó.

–¿Y su hermana? ¿Por qué ella?

–Fue víctima de las circunstancias. No sabía que se encontraba en la casa, creo que estaba en su habitación escuchando los gritos.

>>Me quedé arrodillado frente al cadáver de mi padre, no escuché cuando ella se me acercó.

>>”Iván ¿qué has hecho?” me dijo, me asusté al escuchar su voz, y sin pensarlo, le hundí el cuchillo en el estómago. No sé por qué, pero tuve que hacerlo. Había sangre por todos lados, estaba muy asustado.

–¿Qué fue lo que sucedió en la carretera?

–Salí corriendo de la casa, estaba como loco. Fui hacia la carretera principal de la colonia donde vivíamos, casi me atropellan cuando intenté cruzar, pero el conductor se detuvo a tiempo y se bajó del auto para gritarme “¡Bastardo! ¡Bastardo!”.

>>Sus palabras me hicieron recordar a mi padre momentos antes.

>>Comencé a enfurecerme, tire al conductor de un puñetazo, comencé a golpear su cabeza en el asfalto, tuve que hacerlo, no podía soportar que alguien más me siguiera gritando como lo hacía mi padre, tuve que hacerlo, y esa vez no necesité de un cuchillo de cocina, bastó con mis manos para asesinarlo, tuve que hacerlo.

>>En ese momento perdí la conciencia, hasta que desperté aquí, en la oscuridad, en esta celda.

–¿Cómo se siente ahora? – me atreví a preguntarle cuando terminó su relato.

–¿Que cómo me siento? – comencé a notar su irritación – Maté a dos de mis familiares y a un tipo que ni siquiera me acuerdo de su rostro. No me arrepiento de haber matado a mi padre, pero si a mi hermana y a ese hombre y usted me pregunta que cómo me siento.

–No era mi intención ofenderlo.

Se levantó del piso, se abalanzó en mi contra, sujetó mi cabeza con tal fuerza que creí iba a perder la conciencia, intenté golpearlo con la macana, pero no pude lograrlo.

–¡Eres un bastardo! ¡Eres un bastardo! – comenzó a gritarme.

Sus gritos, eran sus gritos ensordecedores, esos gritos comenzaron a recordarme algo, a los gritos de mi propio padre cuando me golpeaba. 

No lo soporté ni un segundo más, intenté de nuevo golpearlo con la macana, esta vez lo logré, una y otra vez, ¡tuve que hacerlo! ¡tuve que hacerlo!

Ahora soy yo quien esta en una habitación pequeña. Sólo en una esquina hay una tenue luz producida por la luna llena que se asoma por una ventana ubicada en la parte superior de la pared del fondo.

Ahora soy yo quien le cuenta mi historia a un policía. Tenía miedo de hablar con un criminal cara a cara, y ahora, el criminal soy yo.

Y sólo sé, que lo que hice, ¡tuve que hacerlo!

FIN